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lunes, 10 de febrero de 2014

Vida y hechos de Alexis Zorba

Zorba también fue poniéndose amarillo, verde, y se le apagaron los fulgurantes ojos. Sólo a la noche volvió a reanimarse su mirada. Alargó el brazo, señalando a los delfines que daban botes en el agua, sin perder su velocidad de avance que igualaba a la del barco.
-¡Delfines! -dijo alegremente.
Entonces fue cuando por primera vez advertí que tenia el índice de la mano izquierda cortado por la mitad. Me sobresalté, presa de vago malestar.
-¿Qué ocurrió con tu dedo, Zorba? -exclamé.
-¡Nada! -contestó, resentido porque no me veía suficentemente contento con el espectáculo de los delfines.
-¿Te lo llevó alguna máquina? -insistí.
-¿A qué viene hablar de máquinas? Yo mismo me lo corté.
-¿Tú mismo? ¿Por qué?
-No puedes entenderlo tú, patrón -dijo encogiéndose de hombros-. Ya te conté que trabajé en todos los oficios. Así, pues, en una ocasión hice también de alfarero. Es un oficio que me gustaba con locura. ¿Sabes lo que significa eso de coger un puñado de barro y hacer con él lo que se te antoje? Haces girar el torno y el barro gira enloquecido,  mientras tú, inclinado sobre él, te dices: haré un cántaro, haré un plato, haré una lámpara ¡o el demonio! Eso es lo que se llama ser hombre: ¡libertad!
Se había olvidado del mar, no mordisqueaba el limón, la mirada lucía clara.
-¿Entonces -pregunté-, y el dedo?
-Pues verás: me molestaba en el torno. Se me metía en lo mejor y desconcertaba mis planes. Entonces, un día cogí la hacheta...
-¿Y no te dolió?
-¿Cómo no iba a dolerme? No soy de leña, soy un hombre. Pero ya te digo: me molestaba en el trabajo. Y lo corté.
Se puso el sol, el mar se calmó un tanto, la nubes se dispersaron. Brilló en lo alto el lucero vespertino. Dirigí la mirada al mar, luego al cielo, y medité... Amar con tal intensidad, cortar, sufrir el dolor... Sin embargo, oculté la emoción que me dominaba.
-¡Mal sistema ese, Zorba! -dije sonriendo-. Me recuerda al caso del cenobita que, según refiere la leyenda áurea, tuvo un día la visión de una mujer que lo turbaba, cogió un hacha...
-¡Que los demonios se lo lleven! -interrumpió Zorba, adivinando la continuación del cuento-. ¡Cortarse eso! ¡Que se vaya al diablo, el muy necio! Si ese pobrecito inocente no es impedimento para nada.
-¡Cómo! -insistí-. Si es el obstáculo mayor...
-¿Para qué?
-Para ganar el reino de los cielos.
Zorba me miró de soslayo, burlonamente.
-¡Si es ésa, idiota -dijo-, la llave del paraiso!